El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Los mensajes papales nos recuerdan que la humanidad debe luchar por la paz
“No se necesitan largos discursos para proclamar la finalidad suprema de vuestra organización. Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que os une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad” (Papa San Pablo VI, discurso ante las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965).
En su discurso de junio de 2024 en ocasión del 80.o aniversario del desembarco de Normandía que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, el Papa Francisco se hizo eco de las palabras de su predecesor san Pablo VI en su discurso de 1965 ante las Naciones Unidas: “¡Nunca jamás guerra!”
Estas palabras parecen a menudo un deseo ingenuo, ya que la guerra continúa sin tregua en muchas partes del mundo, y los mejores esfuerzos de los líderes mundiales parecen ser incapaces de aportar soluciones pacíficas a los problemas a los que nos enfrentamos.
Como observa el Papa Francisco, el desembarco de Normandía representa «el desastre representado por ese terrible conflicto mundial en el que tantos hombres, mujeres y niños han sufrido, tantas familias han sido desgarradas, tantas ruinas han sido provocadas. Sería inútil e hipócrita recordarlo sin condenarlo y rechazarlo definitivamente».
No podemos honrar a las víctimas de guerras sin sentido a menos que nos pronunciemos inequívocamente contra los horrores que la guerra inflige a individuos, familias, comunidades y naciones. Y, como también señaló el Papa Pablo VI, si de verdad queremos la paz, debemos trabajar por la justicia.
El Papa Francisco reconoce que tras la invasión de Normandía transcurrieron 80 años sin un conflicto mundial violento, pero expresa su grave preocupación por el presente y el futuro. Y en este sentido, expresa:
Si, durante varias décadas, el recuerdo de los errores del pasado ha sostenido la firme voluntad de hacer todo lo posible para evitar que estallara un nuevo conflicto mundial abierto, constato con tristeza que hoy ya no es así y que los hombres tienen la memoria corta. ¡Que esta conmemoración nos ayude a encontrarla!
Nosotros, seres humanos pecadores, tenemos memoria cortoplacista. La avaricia y la búsqueda de poder siguen siendo fuerzas destructivas que habitan en el ser humano. Las naciones se erizan ante las restricciones que les impedirían hacer caso omiso de los derechos soberanos de sus vecinos e, inevitablemente, las más fuertes tratan de dominar y controlar a las más débiles. Las naciones ricas y poderosas abusan de su poder sobre la población y los recursos de los países más pobres, y los esfuerzos internacionales parecen impotentes para impedirlo.
“Es preocupante que la hipótesis de un conflicto generalizado a veces se tome en serio de nuevo, que los pueblos se vayan acostumbrando poco a poco a esta inaceptable eventualidad. ¡Los pueblos quieren la paz! Quieren condiciones de estabilidad, seguridad y prosperidad, en las que cada uno pueda cumplir serenamente su deber y su destino” asevera el Sumo Pontífice.
¿Por qué se deja de lado tan fácilmente el deseo universal de paz? ¿Cómo puede considerarse la guerra como un estado de vida aceptable para la humanidad?
El Santo Padre deja muy claro que “arruinar este noble orden de las cosas por ambiciones ideológicas, nacionalistas, económicas es una falta grave ante los hombres y ante la historia, un pecado ante Dios.” Y sin embargo, es un pecado que se ha cometido incesantemente a lo largo de la historia de la humanidad hasta nuestros días inclusive.
El papa Francisco concluye su mensaje con una oración muy poderosa.
Oremos por los hombres que quieren las guerras, por los que las desencadenan, las alimentan de manera insensata, las mantienen y las prolongan inútilmente, o sacan cínicamente provecho de ellas. ¡Que Dios ilumine sus corazones, que ponga ante sus ojos el cortejo de desgracias que provocan!
Oremos por los pacificadores. Querer la paz no es cobardía, al contrario, requiere mucho coraje, el coraje de saber renunciar a algo. Aunque el juicio de los hombres es a veces severo e injusto hacia ellos, “los pacificadores … serán llamados hijos de Dios” [Mt 5:9]. Que, oponiéndose a las lógicas implacables y obstinadas del enfrentamiento, sepan abrir caminos pacíficos de encuentro y diálogo. Que perseveren incansablemente en sus propósitos y que sus esfuerzos se vean coronados por el éxito.
Por último, el Santo Padre invoca a la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, y a San Miguel Arcángel, patrón de Normandía, para que intercedan por todas las víctimas de la guerra y nos ayuden a evitar que la locura de la guerra vuelva a repetirse en Europa y en cualquier otra región del mundo.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †