El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Que Cristo, nuestra esperanza, llene nuestros corazones de vida y alegría abundantes
El tema del Jubileo del año 2025 anunciado por el Papa Francisco el mes pasado es “peregrinos de esperanza.” El Santo Padre considera que la virtud teologal de la esperanza es especialmente necesaria para la humanidad en momentos como los que atravesamos actualmente.
Según el cardenal Mauro Gambetti, arcipreste de la basílica papal de San Pedro, la invitación del papa Francisco a participar activamente en el próximo Jubileo es una buena noticia “en un mundo asolado por las guerras, la pobreza y amenazado por el cambio climático,” un mundo en el que “los pueblos se enfrentan a desafíos cada vez mayores en los ámbitos social y político.” El Papa confía en que el Espíritu Santo, que concede el renacimiento a todos los que abren su corazón a la gracia de Dios, “nos ayude a mantener encendida la antorcha de la esperanza que se nos ha dado, para que todos puedan mirar al futuro con esperanza.”
En la bula de convocación papal que declara oficialmente 2025 como año de Jubileo, el Papa Francisco dice:
Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza.
Nuestra esperanza como cristianos no está en las ideas, en los partidos políticos ni en los sistemas sociales, sino que se basa en un encuentro personal con Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, cuya vida, muerte y resurrección son la fuente y la sustancia de toda esperanza. Esperamos en Él, a través de Él y con Él.
El Santo Padre identifica varios “signos de esperanza” que pueden guiarnos y tranquilizarnos en estos tiempos difíciles, los cuales pueden discernirse prestando una cuidadosa atención a lo que el Concilio Vaticano II denominó los «signos de la época» mediante los cuales y «acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas» (“Gaudium et Spes,” #4).
De acuerdo con el papa Francisco:
Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia. ¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial? ¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte? Dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que “trabajan por la paz” podrán ser “llamados hijos de Dios” [Mt 5:9]. La exigencia de paz nos interpela a todos y urge que se lleven a cabo proyectos concretos.
Anhelar la paz es el primer signo de esperanza, pero a menos que “se lleven a cabo proyectos concretos” seremos oprimidos “por la brutalidad de la violencia” y caeremos en la ansiedad y la desesperación.
Esa es una de las razones por las que el Papa insiste en que “mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás.” Sin un compromiso con la vida misma y una voluntad de traer nueva vida al mundo, la desesperación se convierte en una profecía autocumplida. “Porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza,” afirma el Santo Padre.
El entusiasmo por la vida conduce a la alegría, en tanto que buscar la plenitud en las cosas materiales “nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes,” asegura el Papa.
La esperanza supera toda tristeza y desesperación, y esa esperanza no defrauda (Rom 5:5). Que Cristo, nuestra esperanza, llene nuestros corazones con su manantial de vida y alegría.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †