El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Seamos buscadores y arriesgados en nuestra peregrinación de fe
El papa Francisco ha desafiado constantemente a los cristianos bautizados a abandonar las comodidades del hogar y a emprender un viaje misionero para buscar y encontrar la verdadera felicidad y la paz. “La búsqueda y el riesgo—dice el Santo Padre—son dos palabras que describen el camino de los peregrinos. La búsqueda y el riesgo.”
No es de sorprender, entonces, que en su discurso a los estudiantes de la Universidad Católica de Portugal el pasado agosto, el Papa Francisco animara a su joven audiencia a verse a sí mismos como peregrinos en un viaje por la vida que les convierte tanto en buscadores como en arriesgados. En palabras del Santo Padre:
Estamos caminando “hacia.” Estamos llamados a algo más, a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro, “com saudades do futuro” [anhelando el futuro]!
Parafraseando la famosa oración de san Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti, Señor,” el papa animó a su joven audiencia a reconocer la verdadera causa de su búsqueda espiritual y a resistir la tentación de encontrar consuelo en las promesas vacías del maligno.
De hecho, dice el Santo Padre, “Preocupémonos más bien cuando estamos dispuestos a sustituir el camino a recorrer por el detenernos en cualquier oasis—aunque esa comodidad sea un espejismo—; cuando sustituimos los rostros por las pantallas, lo real por lo virtual; cuando, en lugar de las preguntas que desgarran, preferimos las respuestas fáciles que anestesian.” Sustituir rostros por pantallas es un problema exclusivamente moderno que nos aísla de la realidad y nos tienta a pensar que no nos afectan los graves problemas que nos rodean cada día.
“Peregrino es caminar hacia una meta o buscando una meta. Siempre está el peligro de caminar en un laberinto, donde no hay meta. Tampoco hay salida. Desconfiemos de las fórmulas prefabricadas—son laberínticas—, desconfiemos de las respuestas que parecen estar al alcance de la mano, de esas respuestas sacadas de la manga como cartas de juego trucadas; desconfiemos de esas propuestas que parece que lo dan todo sin pedir nada. Desconfiemos. La desconfianza es un arma para poder caminar adelante y no seguir dando vueltas.”
Las respuestas fáciles nos anestesian, dice el Papa; nos llenan la mente de soluciones fáciles a problemas complejos y nos dan falsas esperanzas. El Papa Francisco nos dice que dada “nuestra condición de buscadores y peregrinos, como dice Jesús, “estamos en el mundo, pero no somos del mundo” (Jn 17:15-16).
Estar en el mundo, pero no ser del mundo requiere que mantengamos los ojos y los oídos abiertos y miremos al futuro con realismo y esperanza. Los cristianos maduros no deben ser ingenuos; el pecado y el mal nos rodean (y están dentro de nosotros). Si perdemos de vista el poder del mal o nos volvemos indiferentes ante la difícil situación de los que sufren la influencia del demonio, perderemos nuestro camino y vagaremos sin rumbo por el desierto.
El Papa Francisco aconsejó a los universitarios, y a todos nosotros:
Amigos, permítanme decirles: busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos—estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo.
La imagen de “una tercera guerra mundial a pedacitos” librada en todos los rincones del planeta y entre personas de todas las lenguas, culturas y circunstancias socioeconómicas, resulta aterradora. Sin embargo, negar esta realidad es engañarnos pensando que todo va bien cuando lo cierto es claramente lo contrario.
Y, sin embargo, no nos atrevemos a perder la esperanza. Desde el punto de vista de la esperanza cristiana, dice el Papa, el mundo no está “agonizando”; se trata sencillamente de volver a empezar, de experimentar los dolores de un nuevo nacimiento.
Renazcamos todos en Cristo y que nuestros renacimientos espirituales personales nos ayuden a guiar a nuestro mundo cansado y desgarrado por la guerra hacia la paz de Cristo, que da sentido y esperanza a todos.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †