Cristo, la piedra angular
Estamos invitados a hacer cosas asombrosas en el nombre de Jesús
Hace apenas cinco días concluimos con alegría el 10.o Congreso Eucarístico Nacional celebrado este año en Indianápolis, la encrucijada de Estados Unidos. ¡Y fue una experiencia verdaderamente maravillosa!
Miles de peregrinos de todo nuestro país y más allá compartieron su amor y devoción por el incomparable regalo que Cristo hizo de sí mismo a sus discípulos—y al mundo entero—en el pan y el vino ordinarios que se transforman milagrosamente en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Gracias a Dios por el Congreso Eucarístico y por todos los que intervinieron en los preparativos y participaron en él. Fue una verdadera bendición para la Iglesia del centro y el sur de Indiana haber sido anfitriona de este sagrado acontecimiento, y reconocemos nuestra responsabilidad de continuar con la labor iniciada aquí mientras seguimos celebrando la sagrada Eucaristía como fuente y cumbre de todo lo que hacemos.
La lectura del Evangelio del decimoséptimo domingo del tiempo ordinario (Jn 6:1-15) recuerda el milagro que obró Jesús cuando alimentó a unas 5,000 personas hambrientas. Según san Juan:
Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos. Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman estos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos? Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones. Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo» (Jn 6:4-14).
La “señal” que Jesús obró hace más de 2,000 años persiste hasta el día de hoy. Cada vez que recibimos el pan y el vino eucarísticos, nuestros corazones hambrientos se llenan del don de vida de Dios. Jesús toma lo poco que tenemos para ofrecer (simbolizado por los cinco panes de cebada y los dos peces) y nos transforma en discípulos misioneros.
Empoderados por la gracia de este sacramento, somos enviados al mundo para realizar cosas inimaginables. Estamos llamados a ser mujeres y hombres de paz en un mundo en el que la violencia y la agresión están por todas partes; se nos invita a llevar esperanza y aliento a las personas que están sumidas en la duda y la desesperación, y tenemos el reto de proporcionar alimentos a nuestros hermanos y hermanas que pasan hambre, refugio a los sin techo y curación a todos los que sufren alguna enfermedad de la mente, el cuerpo o el alma.
Por el poder de la gracia de Dios, podemos hacer cosas asombrosas. Los problemas que el mundo nos dice que son insuperables pueden resolverse con simples actos de bondad y amabilidad. Las tinieblas del pecado y del mal pueden disiparse con solo hacer brillar la luz de Cristo que se ilumina en nuestras mentes y corazones al recibir la sagrada Comunión. Y el anhelo de verdadera alegría de nuestras almas hambrientas puede satisfacerse con nuestra devota adoración del Verbo de Dios encarnado, presente ante nosotros en el Santísimo Sacramento.
Como discípulos misioneros de nuestro Señor Jesucristo, podemos hacer cosas asombrosas, pero únicamente si practicamos el mismo tipo de humildad que él nos demostró.
Al concluir el milagro de los panes y los peces, Jesús no buscó adulación ni alabanza que le habrían correspondido. De hecho, como nos dice san Juan, “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” (Jn 6:15).
Los que tuvimos el privilegio de participar en el Congreso Eucarístico Nacional la semana pasada sabemos que se nos ha invitado—desafiado—a hacer cosas asombrosas en nombre de Jesús.
Que la gracia que recibimos al comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos arme de valor con humildad para obrar milagros de fe, esperanza y amor en nuestras vidas personales, en nuestras familias y comunidades, y en el mundo en general. †