Cristo, la piedra angular
Este Adviento, preparemos nuestros corazones para la venida de Cristo
“Pero ustedes, presten atención y manténganse atentos, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13:33).
La Iglesia se renueva cada año con el tiempo de Adviento. El año viejo—con sus penas, frustraciones e intentos fallidos de cambiar los corazones y comportamientos humanos—queda atrás y comienza una nueva temporada de esperanza, en la cual depositamos grandes expectativas.
El Señor viene nuevamente. Trae consigo la promesa de la paz, y sabemos que su paz es muy necesaria en nuestro mundo dividido y asolado por la guerra.
Durante el Adviento, clamamos por la paz, y por la alegría de Cristo, en nuestros corazones y en nuestro mundo. Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús, de la Paz! ¿Qué mejor momento para reavivar nuestra devoción a la Sagrada Eucaristía que esta época de grandes anhelos y anticipación de la llegada de Cristo, nuestro Salvador?
En este Adviento, renovamos nuestros esfuerzos por ser una Iglesia sinodal, una comunidad de creyentes que escucha atentamente la voluntad divina y que reza fervientemente para obtener la gracia de responder a la Palabra de Dios con corazones generosos. En este Adviento, también volvemos a comprometer a nuestra Iglesia con un renacimiento eucarístico que pretende acercarnos al Señor Jesús, que está con nosotros ahora en el gran sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, y que viene de nuevo en la gloria.
La lectura del Evangelio del primer domingo de Adviento (Mc 13:33-37) es un llamado a despertar. No nos atrevamos a quedar embelesados por una falsa sensación de satisfacción con el statu quo. El Señor viene en el momento en que menos lo esperamos, y nuestras vidas cómodas e indiferentes se verán muy perturbadas por su presencia y por las exigencias que nos planteará. Se nos aconseja que estemos vigilantes y alerta, y se nos reta a que nos tomemos en serio todo lo que Cristo nos ha dicho que observemos si queremos ser sus fieles discípulos misioneros.
La primera lectura de este domingo (Is 63:16b-17.19b; 64:2-7) da voz al clamor del pueblo de Dios que anhela su venida:
¿Por qué, Señor, nos has apartado de tus caminos? ¿Por qué has endurecido nuestro corazón para que no te honremos? Por amor a tus siervos, y por las tribus de tu heredad, ¡vuélvete a nosotros! Hemos llegado a ser como aquellos de los que nunca fuiste señor, ¡como aquellos sobre los cuales nunca fue invocado tu nombre! Cuando tú descendiste e hiciste maravillas que nunca imaginamos, los montes temblaron ante ti. Nunca antes hubo oídos que lo oyeran ni ojos que lo vieran, ni nadie supo de un Dios que, como tú, actuara en favor de aquellos que en él confían! (Is 63:17, 19; 64:2-4).
El profeta exhorta al pueblo de Israel (y a todos nosotros) a prepararse para la venida del Señor “haciendo lo correcto” y teniendo en cuenta los caminos de Dios en nuestra vida cotidiana.
En la segunda lectura (1 Cor 1:3-9), san Pablo expresa su confianza en que “nada les falta en ningún don, mientras esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 1:7). Por el poder del Espíritu Santo, se nos da todo lo que necesitamos para prepararnos para la segunda venida de Cristo. “El cual también los confirmará hasta el fin, para que sean irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo—nos asegura san Pablo—. Fiel es Dios, quien los ha llamado a tener comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor” (1 Cor 1:8-9).
Recibimos la gracia que necesitamos para renovar nuestras mentes y corazones en este tiempo de Adviento mediante nuestra participación fiel en la oración y la vida sacramental de la Iglesia (especialmente la Eucaristía), y mediante nuestra observancia vigilante de todos los mandamientos de Dios, especialmente el gran mandamiento de amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
“Así que ustedes deben mantenerse despiertos, porque no saben cuándo vendrá el señor de la casa, si al caer la tarde, o a la medianoche, o cuando cante el gallo, o al amanecer—nos advierte Jesús—. No sea que venga cuando menos lo esperen, y los encuentre dormidos. Esto que les digo a ustedes, se lo digo a todos: ¡Manténganse despiertos!” (Mc 13:35-37).
Al comenzar este nuevo año eclesiástico, dediquémonos a renovar nuestro propósito como discípulos misioneros de Jesucristo. Acerquémonos a él en la Eucaristía y en nuestra vivencia de las promesas bautismales que definen nuestra misión como individuos y familias, y como Iglesia, y juntos recemos las palabras del Salmo 80:
“Pastor de Israel, ¡escucha!
Tú, que guías a José como a una oveja, y que estás entre los querubines, ¡manifiéstate! En presencia de Efraín, de Benjamín y de Manasés, ¡manifiesta tu poder y ven a salvarnos!” (Sal 80:1-2).
Ven, Señor Jesús, a salvarnos de nuestros pecados personales y de los del mundo. ¡Ayúdanos a estar despiertos y preparados para cuando vuelvas! †