Cristo, la piedra angular
La pregunta que Jesús nos pide a cada uno de nosotros que respondamos
En la lectura del Evangelio de este fin de semana, el vigésimo primer domingo del tiempo ordinario, Jesús plantea una pregunta directa que todo cristiano bautizado debe responder con sus propias palabras:
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que es Elías; y otros, que es Jeremías o alguno de los profetas”. Él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro respondió: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” (Mt 16: 13-16).
“Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” es la pregunta que Jesús nos hace a cada uno de nosotros. Nuestras respuestas determinan tanto nuestra relación con él como nuestra capacidad para seguirle fielmente. ¿Quién es Jesús en mi vida? ¿Es un amigo y un hermano? ¿Es mi Señor soberano, aquel a quien debo devoción y obediencia absolutas? ¿Es mi Redentor que me ha salvado de los poderes del pecado y de la muerte?
La respuesta inicial de los discípulos no demostraba su compromiso. Sencillamente informaban lo que decían los demás; algunos dijeron que Juan el Bautista; otros dijeron Elías, Jeremías o alguno de los profetas. Únicamente Pedro adopta una postura firme: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” (Mt 16:16). Como resultado, Jesús elogia a Pedro y le confía el sagrado deber de dirigir su Iglesia y tomar decisiones vinculantes tanto en la Tierra como en el cielo:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no podrán vencerla. Te daré las llaves del reino de los cielos; Todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos. (Mt 16:17-19).
Pedro no es sabio ni erudito. No es un hombre rico ni de estatus social. Es un simple pescador, pero es claramente un buen hombre que ha abierto su mente y su corazón a la Palabra de Dios. Lo que Dios Padre le ha revelado a Pedro cambia su vida para siempre. También cambiará el mundo.
En la lectura del Evangelio de este domingo, (Rom 11:33-36), san Pablo exclama, “¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom 11:33). Podríamos expresar el mismo asombro absoluto en respuesta a la pregunta de Jesús: “¿Quién dice la gente es el Hijo del hombre?”
Dios Padre nos ha concedido el gran don de su Hijo único mediante la acción del Espíritu Santo, y nosotros hemos sido facultados para proclamar esta Buena Nueva hasta los confines de la Tierra. ¿Acaso es realmente cierto que se nos haya permitido ver el rostro de Dios en Jesús “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”? Y aún más asombroso, ¿que nos hayan invitado a unirnos a Pedro y a todos los discípulos en la construcción de la Iglesia de Cristo aquí en la Tierra por todo el mundo hasta el final de los tiempos?
San Pablo reconoce que el plan de Dios para cada uno de nosotros y para el mundo entero está mucho más allá de nuestra comprensión. “¿Quién ha conocido la mente del Señor, o quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha dado primero a Dios, para que luego Dios le pague? Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén” (Rom 11:34-36).
El Papa Benedicto XVI escribió en una ocasión que para los cristianos la única respuesta aceptable a la pregunta de Jesús es una declaración profunda pero sencilla (como la de Pedro) que afirme a Jesús como “el sentido de mi vida y del mundo.”
Si Jesús no es el centro fundamental de mi propia vida, no hay forma de que pueda proclamarlo eficazmente como “el Cristo, el Hijo del Dios vivo” a los demás. Si no podemos dar testimonio de Cristo como el sentido de nuestras propias vidas, entonces creer en él es relativo. Al igual que los discípulos originales, lo único que podemos hacer es informar lo que dicen los demás: “Jesús es un hombre bueno, un profeta, un sanador o un predicador que nos inspira.”
Pero Jesús nos pide mucho más: nos pide que declaremos con toda nuestra mente, corazón y fuerza que él es Dios, el sentido de nuestras vidas y del mundo. Nuestra respuesta a la pregunta del Señor no debe ser nada evasiva. O lo es todo para nosotros (el centro de nuestro ser) o es meramente incidental (al margen de nuestras vidas).
Cuando oigamos proclamar este Evangelio este fin de semana, respondamos con audacia: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” †