Cristo, la piedra angular
Como María, digamos ‘sí’ a Dios y recibamos su gracia
“Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria” (Jn 1:14).
Este fin de semana celebraremos el cuarto domingo de Cuaresma, que se conoce como el domingo de Laetare. La palabra “laetare” significa en latín “alegrarse,” y está tomada de la antífona de entrada de la misa de este domingo: Alégrate, Jerusalén, y todos los que la aman. Alegraos, todos los que estabais de luto; exultad y saciaos ante su pecho consolador.
El papa emérito Benedicto XVI escribió en una ocasión que la palabra “alegría” es una de las primeras que aparece en el Nuevo Testamento. Explicó que el saludo del ángel Gabriel cuando se apareció a la Virgen María en su casa de Nazaret, que se traduce al español como “¡Salve, María, llena de gracia! El Señor está contigo,” también puede interpretarse como “Alégrate, María, el Señor está contigo.” La buena nueva que se le encomendó al ángel que proclamara era tal que solo podía dar lugar a la alegría.
Hoy anticipamos la alegría del próximo domingo celebrando la solemnidad de la Anunciación del Señor. Hoy nos alegramos porque Dios envió al arcángel Gabriel para que invitara a María a ser la madre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Lc 1:26-38). Con estas palabras, el mensajero de Dios le anunció:
“No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1:30-33).
Dios Padre no se impuso a esta joven virgen. No la coaccionó, ni trató de conquistarla con halagos o sobornos. Confiaba en su santidad y respetaba su libertad.
La buena nueva que el ángel compartió con María la turbó al principio. Se preguntaba cómo sería posible que concibiera un hijo “puesto que no conozco varón” (Lc 1:34), y meditaba en su corazón lo que esta extraña revelación podría significar para ella y para José, su futuro esposo. Únicamente una mujer con gran valor y profunda fe podría aceptar una propuesta así.
La respuesta del ángel a las inquietudes de María, tanto las que expresó como las que no, es tan misteriosa como directa:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios” (Lc 1:35).
Lo que para nosotros es imposible de imaginar—que una virgen pueda concebir un hijo—se realizará por el poder del Espíritu Santo. Además, este niño será extraordinario, “el Hijo de Dios” (Lc 1:35).
Nos alegramos con María porque dice “¡Sí!” Como nos dice san Lucas, a pesar de las dudas que pudiera tener María se convierte para nosotros en el gran modelo de serenidad, aceptación, valor y sabiduría: “Yo soy la sierva del Señor,” le dice ella. “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38).
María nos muestra que no tenemos que entender cómo actúa Dios en nuestras vidas, o por qué nos pide cosas que nos resultan difíciles, incluso imposibles desde nuestro punto de vista. Basta con decir “¡Sí!” y confiar en que la gracia de Dios nos acompañará mientras nos esforzamos por cumplir su voluntad.
Mientras celebramos esta gran fiesta de la invitación gratuita de Dios a María, y su respuesta generosa y de todo corazón, preparémonos para el domingo de Laetare este fin de semana.
La lectura del Evangelio del cuarto domingo de Cuaresma (Lc 15:1-3; 11-32), la parábola del hijo pródigo, nos recuerda que no hay nada que podamos hacer para evitar que Dios, nuestro Padre, nos colme de su amor y misericordia. Si hacemos al igual que María y le decimos «sí» a las invitaciones de Dios, nuestro corazón se llenará de alegría y conoceremos la paz.
Mientras continuamos nuestro camino de Cuaresma, y nos preparamos para el Sínodo mundial de Obispos de 2023 en el Vaticano, tengamos presentes las palabras de san Pablo, que nos proclama la segunda lectura de este domingo (2 Cor 5:17-21):
“Si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5:17-18).
Al igual que María, estamos invitados a hacer cosas imposibles “como embajadores de Cristo.” Gracias a Dios, si decimos “¡Sí!” recibiremos el Espíritu Santo, y se nos dará toda la gracia que necesitamos para hacer todo lo que Dios nos pida. †