Cristo, la piedra angular
Cristo es la vid y nosotros los sarmientos
“Permanezcan unidos a mí, como yo lo estoy a ustedes. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo les ocurrirá a ustedes si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid; ustedes, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque separados de mí ustedes nada pueden hacer” (Jn 15:4-5).
La lectura del Evangelio del quinto domingo de Pascua (Jn 15:1-8) nos ofrece la imagen familiar, pero muy poderosa, de la vid y los sarmientos.
Esta imagen era especialmente conocida para la gente en la época de Jesús porque estaban más cerca del proceso de cultivo de la uva y de la elaboración del vino que la mayoría de nosotros. Aun así, entendemos lo que nos dice Jesús: que todos estamos conectados y recibimos vida de la misma fuente.
Uno de los mitos más grandes y peligrosos de nuestro tiempo es la idea de que todos somos individuos autosuficientes que tenemos la capacidad de mantenernos por nuestro propio esfuerzo.
La imagen evangélica de la vid y los sarmientos contradice rotundamente esta idea. “Separados de mí ustedes nada pueden hacer” (Jn 15:5), dice Jesús. Como individualistas empedernidos, no solo no llegaremos muy lejos, sino que además seremos unos completos fracasados. El poeta John Donne expresó esta verdad con bastante elocuencia cuando escribió:
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
La muerte de cualquiera nos empequeñece, porque todos somos uno, miembros del único Cuerpo de Cristo, íntimamente relacionados con él y con los demás.
La primera lectura de este domingo (Hechos 9:26-31) hace un planteamiento similar. Al principio, los discípulos de Jerusalén sospechaban de este recién llegado, Saulo (más tarde llamado Pablo). Al fin y al cabo, había perseguido a los cristianos y se le había oído proferir “amenazas de muerte” contra ellos. Bernabé y varios otros salieron en su defensa, pero la cuestión es que el gran misionero y evangelizador san Pablo no hizo su labor solo. Se apoyó en su Señor, en primer lugar, pero también en sus hermanos y hermanas de la única familia de Cristo. Como leeremos en los Hechos de los Apóstoles este domingo:
“Saulo se movía libremente por Jerusalén en compañía de los apóstoles, y hablaba sin miedo acerca del Señor. Pero pronto entró en polémica con los judíos de lengua griega, que comenzaron a tramar planes para matarlo. Al enterarse, los hermanos lo escoltaron hasta Cesarea y después lo encaminaron a Tarso” (Hechos 9:28-30).
Como Bernabé y los demás cristianos de Jerusalén, estamos llamados a ser discípulos misioneros, sarmientos íntimamente unidos a la vid que es Cristo. Somos responsables unos de otros.
La segunda lectura de este domingo (1 Jn 3:18-24) nos dice lo que se espera de nosotros como sarmientos unidos a la vid que es Cristo: “que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó” (1 Jn 3:23). La fe y el amor son los dos signos de que somos sarmientos sanos, capaces de producir mucho fruto bueno.
Como el Señor deja claro en la lectura del Evangelio de hoy, es esencial que permanezcamos fieles a nuestra vocación y que seamos fructíferos en buenas obras. De lo contrario, nos convertimos en ramas secas y marchitas que solo sirven para utilizarlas como leña.
“El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como se hace con el sarmiento improductivo que se seca; luego, estos sarmientos se amontonan y son arrojados al fuego para que ardan. Si permanecen unidos a mí y mi mensaje permanece en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre se manifiesta en que ustedes produzcan fruto en abundancia y se hagan discípulos míos” (Jn 15:6-8).
La buena noticia es, por supuesto, la seguridad del Señor de que su Padre es glorificado siempre que permanecemos conectados a Jesús, y a los otros sarmientos de nuestra vid. Dios Padre ha prometido que todo lo que pidamos en el nombre de Jesús se nos dará.
Al continuar esta temporada de alegría pascual, recordemos quiénes somos: individuos, ciertamente, pero nunca “islas en sí mismos.” No estamos destinados a estar aislados de los demás ni de Dios.
Recemos para tener la sabiduría y el valor de dejar de lado nuestras tendencias individualistas y abrazar la comunidad de fe y amor que es nuestra herencia como hijos de Dios y discípulos misioneros de Jesucristo. †