Cristo, la piedra angular
Los sacerdotes están llamados a ser pastores del pueblo de Dios
“El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10:11).
El cuarto domingo de Pascua se conoce como el Domingo del Buen Pastor, y en la lectura del Evangelio de este domingo (Jn 10:11-18), Jesús nos dice que “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10:11).
En su exhortación apostólica “Pastores Dabo Vobis” (“Os daré pastores»”), el difunto papa san Juan Pablo II nos recuerda que “los presbíteros, mediante el sacramento del Orden, están unidos con un vínculo personal e indisoluble a Cristo, único Sacerdote. El Orden se confiere a cada uno en singular, pero quedan insertos en la comunión del presbiterio unido con el Obispo” (#74).
Esto significa, por supuesto, que los que hemos sido ordenados al sacerdocio ministerial estamos llamados (individualmente y como hermanos sacerdotes) a ser buenos pastores del pueblo de Dios.
El vínculo principal de un sacerdote, es decir, la relación fundamental e indispensable que genera y mantiene su ministerio, es con Cristo. Nada puede reemplazar esta conexión íntima e indisoluble entre Cristo y sus sacerdotes.
Al mismo tiempo, tal como nos lo recuerda el Santo Padre, este vínculo de amor entre Cristo y sus sacerdotes tiene una dimensión comunal, ya que cuando un sacerdote recibe el sacramento del Orden, se une a sus hermanos sacerdotes y al obispo en un presbiterio.
Un obispo comparte su ministerio con sus sacerdotes y juntos llevan a cabo la obra del Señor: por su proclamación de la Palabra de Dios, por su celebración de los sacramentos y por su liderazgo pastoral. El obispo y sus sacerdotes son verdaderos socios en el ministerio y aunque tengan distintas responsabilidades, el Señor los llama a estar unidos por el bien de la misión de la Iglesia.
En la primera lectura de este domingo, encontramos lo siguiente:
“Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: ‘Gobernantes y ancianos del pueblo: Ya que hoy se nos interroga acerca del beneficio otorgado a un hombre enfermo, y de cómo fue sanado, sepan todos ustedes, y todo el pueblo de Israel, que este hombre está sano en presencia de ustedes gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de los muertos. Este Jesús es la piedra que ustedes, los edificadores, rechazaron, y que no obstante ha llegado a ser la piedra angular. En ningún otro hay salvación, porque no se ha dado a la humanidad ningún otro nombre bajo el cielo mediante el cual podamos alcanzar la salvación’ ” (Hechos 4:8-12).
Los buenos pastores no ministran en su propio nombre. Solo tienen éxito en la medida en que ejercen sus responsabilidades en nombre de Jesús, y basan todo lo que dicen y hacen en la piedra rechazada por los constructores que se ha convertido en la piedra angular.
Los obispos y los sacerdotes están llamados a convertirse en guías del pueblo de Dios, a compartir el amor que han recibido del Padre en las profundidades de su corazón al asumir su papel como pastores. El Buen Pastor (Jesús) se entrega completamente a su rebaño, y los sacerdotes están llamados a hacer lo mismo. Sin embargo, como somos seres humanos ordinarios y pecadores, las responsabilidades de la vida y el ministerio sacerdotales serían demasiado para nosotros sin la gracia que recibimos del Espíritu Santo y nos permite pastorear al pueblo de Dios en nombre de Jesús.
En el Salmo Responsorial de este fin de semana (Sal 118), proclamamos con alegría:
“¡Alabemos al Señor, porque él es bueno; porque su misericordia permanece para siempre!” (Sal 118:2).
“La piedra que los constructores rechazaron, ha llegado a ser la piedra angular. Esto viene de parte del Señor, y al verlo nuestros ojos se quedan maravillados” (Sal 118:22-23).
“¡Alabemos al Señor, porque él es bueno; porque su misericordia permanece para siempre!” (Sal 118:29).
Toda la vida cristiana, y ciertamente todo el ministerio sacerdotal, debe fundamentarse en Cristo, cuya enseñanza, ejemplo y presencia en nuestras vidas es la única fuente de nuestra salvación. En él, y por él, podemos ver “cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios” (1 Jn 3:1).
Cuando los obispos y los sacerdotes crecen juntos en la santidad, y cuando han basado su ministerio en Cristo como piedra angular, están en la mejor situación para predicar eficazmente el Evangelio, celebrar los sacramentos y atender las necesidades pastorales del pueblo que les han confiado como buenos pastores del pueblo santo de Dios, el rebaño que Él ha elegido como suyo.
Recemos por nuestros obispos y sacerdotes, para que estemos siempre abiertos a la gracia de Dios; que basemos nuestro ministerio en Cristo, la piedra angular; y que seamos buenos pastores de las personas que Dios nos ha confiado. †