Alégrense en el Señor
Somos un pueblo de Pascua unidos por humildad, esperanza y propósito
¡Aleluya! Cristo ha resucitado y nuestros corazones están llenos de alegría. Si aceptamos el ofrecimiento de salvación del Señor, según nos dice el papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (“La alegría del evangelio”), seremos “liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.” (“Evangelii Gaudium,” #1).
Durante las seis semanas de la Cuaresma invité a un grupo variopinto de distintas regiones y ministerios de nuestra arquidiócesis para que me acompañaran en una lectura meditativa y discusión sobre La alegría del Evangelio. También le pedí este grupo que me ayudara a reflexionar sobre esta pregunta: En el contexto de las enseñanzas del Papa Francisco sobre la alegría y la evangelización, ¿qué oportunidad nos brinda el espíritu Santo a nosotros en la arquidiócesis de Indianápolis?
Me sentí encantado con las respuestas generosas de los 12 participantes del grupo de estudio, que incluían dos de nuestros sacerdotes, un diácono, dos religiosos consagrados, tres mujeres laicas, tres hombres laicos y yo.
Cada uno expresó su disposición para servir, la necesidad de valor para ayudarme a tomar decisiones difíciles y la esperanza de que esas decisiones reflejarán la inspiración, la alegría y el amor por la humanidad que el papa Francisco ha demostrado en su primer año como sumo Pontífice y al escribir La alegría del Evangelio.
Todos los cristianos bautizados nos encontramos en una travesía. Caminamos juntos sobre los pasos de Cristo resucitado a medida que avanzamos hacia nuestro hogar celestial. Este peregrinaje sagrado no debe considerarse una tarea penosa ni un período de tristeza.
Si bien es cierto que estamos llamados a seguir a Jesús en el camino a la Cruz, siempre debemos recordar la promesa de Nuestro Señor a sus discípulos: “Ciertamente les aseguro que ustedes llorarán de dolor, mientras que el mundo se alegrará. Se pondrán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16:20).
Durante 2,000 años, los santos y los mártires nos han mostrado cómo vivir el Evangelio y cómo cargar nuestras cruces con alegría. ¡Todos estamos invitados, junto con San Pablo, a alegrarnos en nuestro sufrimiento!
“El gran riesgo del mundo actual—escribe el papa Francisco—es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. [...] Ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG, #2).
Estamos llamados a llevar una vida digna y plena, una vida de libertad y alegría. “No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él”—comenta el sumo pontífice—, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor.”
Por una muy afortunada coincidencia (una gracia de la Divina Providencia), existe una extraordinaria sincronía entre las enseñanzas del papa Francisco y el lema que elegí cuando el papa Benedicto XVI me llamó a servir a la Iglesia en calidad de obispo. Es en este sentido que he elegido el título “Alégrense en el Señor” para mi columna semanal en The Criterion.
Los artículos que escribiré para The Criterion durante el período de la Pascua están inspirados, primero que nada, por el papa Francisco; pero, en segundo lugar, por las opiniones y sugerencias específicas del grupo de estudio surgidas de nuestras reuniones semanales durante la pasada Cuaresma.
“El papa Francisco le ha dado un soplo de vida nueva a la Iglesia,” comentó uno de los integrantes del grupo. Otros expresaron esperanza en que la influencia del papa, sus enseñanzas y ejemplo servirán de inspiración para futuros esfuerzos de nuestra arquidiócesis con el fin de: fomentar la espiritualidad en los más necesitados, presentar la fe católica de forma alegre para los jóvenes, explorar y acoger la diversidad dentro de nuestra arquidiócesis, seguir celebrando a las escuelas católicas como comunidades de fe, articular una forma de vida que refleje un llamado universal a la santidad y hablar claramente sobre la verdad del amor de Dios en el marco del respeto a la historia de la Iglesia y la arquidiócesis.
Los cristianos debemos sentirnos alegres todo el año, pero la temporada de la Pascua es el momento en el que estamos especialmente conscientes de los motivos que tenemos para sentirnos llenos de alegría. “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua,” expresa el papa Francisco. Espero que ese no sea nuestro caso. [La alegría] “se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (EG, #6).
Mi esperanza es que, al final del día, cada hombre, mujer y niño que viva en el centro y sur de Indiana—el territorio que compone esta gran arquidiócesis—sepa que Dios le ama infinitamente. †
Traducido por: Daniela Guanipa