Buscando la
Cara del Señor
Al igual que Juan el Bautista, seamos testigos de fe y esperanza
El tercer domingo de Adviento anticipa el júbilo del próximo nacimiento de Cristo. Casi no puedo creer que se acerque a paso tan acelerado, al igual que este domingo.
El Evangelio del día presenta a Juan el Bautista quien es una figura importante a medida que nos acercamos a la Navidad de 2010. Juan, con su pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir?” (Mt 11:3) representa una imagen con quien podemos sentirnos identificados. Juan siempre ha sido uno de mis patronos predilectos.
En una ocasión, en peregrinación a Tierra Santa, visitamos una iglesia que, de acuerdo a la tradición, se erige en el lugar donde la noche anterior a la crucifixión de Jesús, San Pedro negó tres veces siquiera conocerlo, antes de que cantara el gallo.
En la cripta debajo de la iglesia hay un pozo hondo de piedra, yo diría que tiene alrededor de diez pies de profundidad y, como mucho, tres pies de diámetro. Se dice que Jesús estuvo prisionero en ese pozo la noche que fue condenado a la cruz. Es doloroso imaginarse pasar una noche solitaria en ese pozo rodeado de nada más que la oscuridad de sus paredes de piedra.
Mientras reflexionaba acerca del Evangelio sobre Juan el Bautista en prisión, pensé en ese pozo. Qué enclaustrado debe sentirse uno; no sería sorprendente experimentar una tendencia al pánico a causa de la claustrofobia y como mínimo, poner en duda y nublar la propia visión de la realidad.
Y por tanto, no es de extrañar que, desde la prisión, Juan el Bautista quisiera recibir una confirmación de Jesús por quien fue encarcelado. No resulta sorprendente que quisiera recibir confirmación de que aquél que él había profetizado, aquél para quién él había preparado el camino, estuviera de hecho allí y llevando a cabo la obra de la salvación.
Y de este modo, escuchamos las palabras de confirmación de Jesús: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía” (Mt 11:4-6).
En efecto, esto resultó una confirmación para Juan en su prisión. Su fe se vio reafirmada ya que como profeta fiel enterado de la Palabra de Dios, reconocería esas palabras de Jesús, según las escrituras de profetas tales como Isaías.
En el encierro de la prisión Juan tan sólo podía confiar en su fe en Jesús ¡y eso era muchísimo! Lo único que podía hacer era estar en paz y sentirse lleno de esperanza. El relato del encierro de Juan el Bautista en prisión ilustra el poder de la fe en Jesús, quien es nuestra esperanza. Juan es un testigo de fe y esperanza.
Tal vez no estemos confinados en un pozo claustrofóbico, pero ¿acaso no es cierto que vivimos momentos en los que la vida parece sombría? ¿No existen épocas cuando el panorama de nuestra vida hace más estrecho?
En ocasiones escucho a la gente decir: “Si existe un Dios, ¿por qué les suceden cosas malas a las personas?”; tal vez nosotros también lo pensemos.
¿Cómo tantas personas inocentes pueden ser víctimas del huracán Katrina o del 9/11? ¿Cómo puede la gente sembrar el terror en el mundo en el nombre de la religión?
Este tipo de pensamientos limitantes pueden resonar aún más fuerte si, por ejemplo, perdemos a un ser querido en una tragedia repentina o en una larga y angustiosa batalla contra el cáncer, o si un pequeño niño se va de nuestro lado. Y de esta forma nosotros, al igual que Juan el Bautista, quizás recemos a veces con las palabras “¿Eres tú el que ha de venir?” (Mt 11:3).
Y está bien porque en la oración nosotros también encontramos la respuesta de Jesús: también existe el consuelo y la misericordia en esta vida y existe una comunidad de fe que lleva a cabo la misión y el ministerio de consuelo de Jesús.
Y en la oración, especialmente en estos días de Adviento, recordamos que la vida en este mundo no constituye el fin de la historia.
En nuestra oración de Adviento observamos el tema repetitivo de rezar con paciencia para la venida del Reino donde toda lágrima será enjugada. Ningún encierro oscuro durará para siempre. El mal no triunfa nunca.
El Cristo, nuestra esperanza, que profetizó Juan el Bautista, se encarnó como uno de nosotros en la primera Navidad. Anticipamos esas noticias alegres en el tercer domingo de Adviento mientras proclamamos nuestro júbilo, aunque haya algo de oscuridad en nuestras vidas.
Al igual que Juan, continuamos en la fe y podemos regocijarnos en la esperanza. Qué bendición es tener un Salvador que brinda luz en tiempos de oscuridad y consuelo y vida en tiempos de enfermedad.
Él es nuestra esperanza. La Navidad es una festividad de esperanza.