Buscando la
Cara del Señor
La fiesta de la Ascensión nos recuerda el significado de la vida
El próximo domingo celebramos la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor resucitado al cielo.
Tradicionalmente esta fiesta se celebraba el jueves de la séptima semana de Pascua, pero, en nuestro país así como en muchos otros, se le ha trasladado al domingo siguiente. La razón de esto se debe a la dificultad de las personas de asistir el jueves. Se decidió su traslado porque es una festividad muy importante a la cual la gente no debe faltar.
Y por tal motivo decidí reflexionar esta semana sobre el significado de este santo misterio. La Ascensión es un elemento integral del misterio y del significado de la Resurrección. Es una prolongación de la Pascua.
La conmemoración de la fiesta de la Ascensión no se centra en la despedida de Jesús de sus discípulos. Se trata de la celebración de Jesús en su forma actual: Cristo sentando victoriosamente a la derecha de Dios Padre. Es una festividad de esperanza.
Después de su ascensión al cielo, los Apóstoles orando junto con María, la Madre de Jesús, esperan la presencia de Jesús entre ellos mediante el poder del Espíritu Santo.
Y el Evangelio según San Lucas dice: “Y estaban continuamente en el templo adorando a Dios” (Lc 24:53). Esperaban el don del Espíritu Santo que Jesús había prometido.
Al comienzo de su travesía de fe, los discípulos se reunían en el templo para escuchar a Jesús contar la historia del Padre. Les sorprendía la autoridad con la cual les enseñaba.
Al final, después de su ascenso al trono del Padre como Sumo Sacerdote, luego de haberles encargado la misión de la evangelización, fueron a esperar el don de su Espíritu para ayudarles a entender el significado de sus palabras, para comprender el sentido de su vida, muerte y resurrección.
Los discípulos, como comunidad, esperan en el templo el don del Espíritu en la oración. Necesitan orientación para intentar caminar por la senda que Jesús caminó y para llevar a cabo la misión que él les encomendó.
Habían estado en el monte con Jesús. Vieron cómo fue traicionado, le vieron sufrir y morir. Sabían que había resucitado. Sabían que se había ido a preparar un lugar para ellos y sabían que él enviaría el don del Espíritu Santo.
La fiesta de la Ascensión es un elemento de cohesión de la historia de la Pascua. Es una celebración de Jesús tal y como es hoy, el Cristo victorioso.
¿Qué significado tiene esta fiesta para nosotros? Es un llamado para responder a Jesús que se encuentra ahora sentado a la derecha del Padre, como nuestro sacerdote y prometido. Quiero destacar tres aspectos del mensaje de la Ascensión.
Primero, la importancia de la labor de la espera en la vida cristiana. Después de que Jesús se sentara a la derecha del Padre, los discípulos esperaron a que se les facultara para proseguir con su misión de bautizar, enseñar y proclamar el perdón de los pecados.
Segundo, el Espíritu Santo desempeña un papel de suma importancia para llegar a apreciar el significado de nuestras vidas y de nuestra misión cristiana.
En tercer lugar está la necesidad recurrente de volver al templo. Debemos dirigirnos a un lugar que nos invite a recordar las experiencias en el monte en nuestras vidas con Cristo, nuestra esperanza.
En contraposición a esto, me impacta nuestra impaciencia para esperar. Me sorprende nuestra tendencia de desear evitar, o incluso no caer en cuenta del significado de nuestras vidas, especialmente en nuestra relación con Dios.
Por el contrario, existe nuestra incomodidad ante el silencio en el templo, nuestra preferencia a no recordar, a no aguardar ni escuchar la voz del Señor. Solemos estar demasiado ocupados preocupándonos por muchas otras cosas. Quizás olvidamos aquello que verdaderamente cuenta en la vida.
Durante los próximos 10 días, junto con la Iglesia, revivimos la espera de los discípulos del advenimiento del Espíritu Santo en Pentecostés.
Decidámonos a renovar nuestro entendimiento y nuestra apreciación por la presencia del Espíritu Santo entre nosotros.
Recordemos regresar a la quietud del templo en oración, teniendo presente que nuestra condición de discípulos comienza y termina allí.
Sondeemos nuestras vidas en busca de aquello que nos dice el Espíritu.
Renovemos nuestra creencia en que nuestras vidas no son accidentes, sino que el Espíritu Santo de Dios nos guía.
Durante los próximos días, decidámonos a esperar y a escuchar un poco más de lo normal en la oración, porque lo necesitamos y así lo deseamos. †