Buscando la
Cara del Señor
El Adviento nos ofrece la gracia de hacernos más amigos de Jesús
Tres temas me rondan la cabeza luego de rezar por una reflexión para el The Criterion de esta semana. Ellos son: el Día de Acción de Gracias, el comienzo del Adviento y la festividad anual del patrono de nuestra arquidiócesis, San Francisco Javier.
Los tres temas no están tan desvinculados como pueden parecer al principio.
El día festivo de Acción de Gracias evoca el recuerdo de las bendiciones por las cuales nos sentimos agradecidos. Probablemente es cierto que estamos tentados a considerar principalmente las bendiciones materiales durante esta festividad laica.
De hecho, para muchos de nuestros hermanos y hermanas, las bendiciones materiales pueden parecer un tanto diezmadas debido a los recientes problemas financieros que experimentan tanto la economía nacional, como la global.
Tal vez estos problemas nos recuerden que en la vida hay mucho más que bienes materiales.
Al final, es más probable que las bendiciones espirituales que provienen de Dios nos proporcionen paz interior y, en consecuencia, sean motivo de agradecimiento, en contraposición a la abundancia de otros bienes.
Los cristianos sabemos que darle gracias a Dios es la esencia de nuestra observancia de esta festividad laica.
Felicito a todos aquellos que dedicaron tiempo para agradecerle a Dios en la Misa del Día de Acción de Gracias.
La Misa es nuestra mejor oración de agradecimiento. Este fin de semana todavía es un buen momento para que nuestras familias se reúnan en la Misa dominical para dar gracias.
Resulta difícil creer que este domingo comienza la temporada litúrgica del Adviento, de hecho, un nuevo año litúrgico del Señor.
El Adviento es una época de nueva gracia para la renovación espiritual y se caracteriza por el espíritu de júbilo y esperanza. Una vez más nos preparamos para celebrar el gran acto de humildad divina mediante el cual el propio hijo de Dios nace como una persona humana, al igual que nosotros, para poder convertirse en nuestro redentor.
Esta es una época de regocijo porque uno de los nuestros, la Santa Virgen María, se inclinó con humildad y reverencia ante la voluntad de Dios y dijo “que así sea” cuando se le pidió que se convirtiera en la Madre del propio hijo de Dios.
Desempeñó un papel crucial en llevar a cabo la encarnación de nuestro redentor. Ofreció su vida como instrumento de esperanza y le estamos agradecidos.
Así como Jesús accedió a la voluntad del Padre al entrar en nuestro mundo para expiar los pecados de la humanidad, también María, con profunda fe en el poder del Espíritu Santo, compartiría el sufrimiento que supondría nuestra redención.
El amor de Jesús y de María, y del esposo fiel y padre adoptivo, José, son una vez más el motivo de nuestro júbilo y esperanza durante la temporada del Adviento. Ellos son un obsequio del Día de Acción de Gracias para los cristianos.
Siglos más tarde, San Francisco Javier, uno de los jesuitas pioneros y compañero de San Ignacio, sería un increíble testigo de fe y esperanza como evangelizador solitario en las Indias Orientales. Este valiente misionario vivió desde 1506 hasta 1552. Lo celebramos con alegría como el santo patrono de nuestra arquidiócesis.
Los misioneros franceses procedentes de Canadá trajeron a Indiana la devoción a San Francisco. Nombraron una pequeña iglesia en su honor en Vincennes. Cuando se creó la diócesis de Vincennes en octubre de 1834, el Obispo Simón Bruté reclamó la primera catedral en nombre de San Francisco Javier.
De joven, Francisco Javier tenía por delante una vida de prestigioy una carrera prometedora en el ámbito académico. Sin embargo, se hizo amigo de Ignacio de Loyola quien lo convenció de que entregara su vida a Cristo.
En 1534 se unió a la incipiente Sociedad de Jesús. Se ordenó como sacerdote en 1537 y zarpó desde Portugal hacia las Indias Occidentales y desembarcó en Goa. Durante 10 años Francisco predicó el Evangelio a hindúes, malayos y japoneses.
Era conocido y querido porque eligió vivir con la gente más pobre y compartir lo poco que tenían. Su ministerio se dedicó principalmente a los enfermos y a los pobres, especialmente a los leprosos. Aprendió suficiente japonés para poder predicar con sencillez a gente sencilla. Estoy seguro que nuestro Obispo Simón Bruté, quien deseaba ser misionario en el Lejano Oriente, se identificó fácilmente con el patrono de su catedral.
San Francisco Javier deseaba evangelizar al pueblo de China, pero murió en la isla de Sanchón, a cien millas al suroeste de Hong Kong. Los marineros portugueses en cuyo barco navegaba, lo sacaron durante su enfermedad final y lo abandonaron en la playa. Un comerciante lo llevó a una choza para darle cobijo, en la cual asegura un amigo que Francisco murió con el nombre de Jesús en los labios.
Nuestro patrón renunció a una carrera prometedora para entregarlo todo a Cristo y a su Evangelio en tierras extranjeras. Su amor fiel sólo pudo ser posible porque Jesús y él eran amigos.
La intimidad con Cristo es un aval de esperanza y alegría. El Adviento nos ofrece la gracia de hacernos más amigos de Jesús. †