Buscando la
Cara del Señor
Las vocaciónes son gracias especiales que se derivan de la adoración perpetua
Junio es un mes importante para nuestra arquidiócesis.
El 7 de junio ordenaremos a dos excelentes diáconos transicionales como sacerdotes: Aaron Jenkins y Joe Newton.
El 28 de junio ordenaremos a 25 diáconos permanentes, los primeros en ser ordenados para nuestra iglesia local.
La semana pasada celebramos la festividad de Corpus Christi, el sacramento de la unidad y la caridad.
Resulta oportuno reflexionar sobre la conexión que existe entre la Eucaristía y el sacerdocio, y entre la Eucaristía y el diaconato.
Cristo nos entregó el sacramento del sacerdocio en la misma Última Cena en la cual instituyó la Sagrada Eucaristía.
Cuando dijo: “Hagan esto en conmemoración mía,” nos proporcionó los medios para hacerlo, es decir, el sacerdocio ministerial.
Sin la Eucaristía no existiría la Iglesia. Sin el sacerdocio no existiría la Eucaristía.
Esto resalta la importancia de nuestras oraciones para que el Señor envíe trabajadores a su viñedo. Tenemos la bendición de contar con buenos sacerdotes y con dos buenos sacerdotes nuevos, pero necesitamos más.
Es una bendición que vamos a tener 25 diáconos permanentes. El papel principal que desempeñan en la Iglesia es ayudarnos a continuar con el ministerio de la caridad.
Su ministerio encuentra su punto de referencia en la Eucaristía, que es el sacramento de la caridad. Contar con el auxilio de la caridad a través del ministerio de estos diáconos es un gran obsequio del Señor para nuestra arquidiócesis.
No son “sacerdotes sustitutos,” sino que se les ordena para asistir a nuestros sacerdotes con el fin de que el ministerio de la caridad se difunda un poco más en nuestras parroquias y agencias. En lo particular, tengo la esperanza de que colaborarán en el ministerio especial a los enfermos y a los confinados a sus hogares, así como también en el ministerio en prisión.
No hace mucho, el Obispo John D’Arcy de la Diócesis de Fort Wayne-South Bend me preguntó cuántas capillas de adoración perpetua tenemos en nuestra arquidiócesis.
Cuando le dije que en este momento teníamos 10, comentó: “Con razón tienen tantas buenas vocaciones.”
Creo que tiene razón. Las vocaciones al sacerdocio y al diaconato son una de las gracias especiales que se derivan de la adoración perpetua ante el Santísimo Sacramento en las capillas en toda la arquidiócesis. Aplaudo la labor de los patrocinadores parroquiales y de todos aquellos que coordinan y participan en esta devoción especial.
Tal y como señaló el Papa Benedicto XVI, la adoración ante el Santísimo Sacramento es una extensión natural y lógica de nuestra comprensión del don maravilloso de la Eucaristía, el cual celebramos en nuestras comunidades en toda la arquidiócesis.
Deseo fomentar esta devoción especial que reconoce nuestra fe en la Verdadera Presencia de Cristo, cuerpo y alma, humanidad y divinidad, en la Eucaristía.
No es posible tener adoración perpetua en todas las parroquias. La presencia constante requiere un número considerable de parroquianos.
Me alegra que algunas parroquias puedan exponer semanalmente el Santísimo Sacramento para su adoración durante el día. Siempre se puede entrar en nuestras iglesias y visitar brevemente el sagrario.
Para fomentar la devoción al Santísimo Sacramento, deseo recomendarles que recemos especialmente para recibir más vocaciones al sacerdocio, el diaconato y la vida consagrada. Les ruego que recen especialmente por nuestros seminaristas y sacerdotes que se están entregando en el servicio al Señor y a la Iglesia.
Tradicionalmente, una finalidad adicional de la adoración ante el Santísimo Sacramento es rezar para resarcir nuestros pecados, especialmente aquellos cometidos contra el maravilloso don que Cristo nos entregó.
Acabamos de celebrar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que honra de manera simbólica el amor de Cristo, incluso al punto de ser lancinado y crucificado, derramando su sangre por nuestra salvación. Esta fiesta es también un acto de resarcimiento por nuestros pecados en los cuales carecemos del amor generoso que debemos al amor de Jesús “quien entregó su vida por sus amigos.”
El 31 de mayo celebramos la festividad en la cual conmemoramos la Visita de María a su prima Isabel quien se encontraba encinta de Juan El Bautista a avanzada edad.
María realizó esta visita después de haber recibido la Anunciación de que se convertiría en la madre de Jesús. Me agrada ver la visita de María a su prima Isabel como una obra de caridad que emana de la nueva relación especial de María como la madre de Jesús. No debió ser una travesía sencilla, probablemente a pie en la Palestina primitiva.
La caridad es la virtud fundamental que emana de nuestro sustento en la Eucaristía. Vivir constantemente una vida de caridad es un reto formidable para cualquiera.
Nuestra Santa Madre María es un modelo ejemplar que nos anima a esforzarnos para lograr este ideal.
Las visitas al Santísimo Sacramento nos colocan ante una fuente de gracia y sustento que nos permite ser personas caritativas en las situaciones cotidianas. †