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Cara del Señor
La participación activa en la Misa va mucho más allá de las acciones externas
(Décimo de la serie)
Las reflexiones del Papa Benedicto XVI sobre la participación activa en la Eucaristía es reflejo de diversas consideraciones presentadas por los obispos en el Sínodo de 2005 sobre la Eucaristía.
El Concilio Vaticano II había ya hecho énfasis en la participación plena, activa y fructuosa de todo el pueblo de Dios en la celebración eucarística (cf. Constitución de la Liturgia Sagrada, Sacrosanctum Concilium, 14-20). Las palabras en latín utilizadas por el Concilio y en la exhortación apostólica del Papa son actuosa participatio.
El Papa indica que se debe aclarar que la palabra “participación” no se refiere a la mera actividad externa durante la celebración.
“En realidad, la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana” (n. 52)
El texto del Concilio sobre la liturgia “exhorta a los fieles a no asistir a la liturgia eucarística ‘como espectadores mudos o extraños,’ sino a participar ‘consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada.’ Sigue siendo totalmente válida la recomendación de la Constitución conciliar” (n. 52).
El Santo Padre nos pide que profundicemos en nuestros conocimientos sobre la participación.
Luego del Concilio, la “participación activa” se interpretaba comúnmente como una acción externa. La participación externa se refiere a escuchar activamente la Palabra de Dios, responder con las aclamaciones propuestas, participar con la expresión oral y en los cánticos.
Algunos interpretaron la participación activa específicamente como convertirse en lector, cantor, servidor del altar o alguna otra función ministerial. La participación ciertamente abarca esas funciones, pero también se trata de una actitud espiritual y de ofrecerse a sí mismo.
La participación activa no es en sí misma el equivalente a un ministerio específico.
El Papa observa que “no ayuda a la participación activa de los fieles una confusión ocasionada por la incapacidad de distinguir las diversas funciones que corresponden a cada uno en la comunión eclesial. En particular, es preciso que haya claridad sobre las tareas específicas del sacerdote. Éste es, como atestigua la tradición de la Iglesia, quien preside de modo insustituible toda la celebración eucarística, desde el saludo inicial a la bendición final.
“En virtud del Orden sagrado que ha recibido, él representa a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y, de la manera que le es propia, también a la Iglesia misma. En efecto, toda celebración de la Eucaristía está dirigida por el Obispo, ‘ya sea personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores’ ” (Ordenación General del Misal Romano, 92).
Es ayudado por el diácono, que tiene algunas funciones específicas en la celebración: preparar el altar y prestar servicio al sacerdote, proclamar el Evangelio, predicar eventualmente la homilía, enunciar las intenciones en la oración universal, distribuir la Eucaristía a los fieles. En relación con estos ministerios vinculados al sacramento del Orden, hay también otros ministerios para el servicio litúrgico, que desempeñan religiosos y laicos preparados, lo que es de alabar” (OGMR, 94).
La exhortación señala que las adaptaciones a los diversos contextos y culturas resultan apropiadas a fin de poder cubrir las necesidades de la Iglesia en diferentes situaciones culturales. Estas adaptaciones, por supuesto, deberán hacerse de conformidad con las posibilidades establecidas en la Ordenación General del Misal Romano.
El Papa Benedicto escribe: “Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones, siempre de acuerdo con la Sede Apostólica” (n. 54).
El Santo Padre comenta sobre otra dimensión de la participación: la disposición interior. “Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental” (n. 55).
También habla sobre “la unión intrínseca que se da entre Eucaristía y unidad de la Iglesia,” hace que “por lo general result[e] imposible que los cristianos no católicos participen en una sin tener la otra” (n. 56)
El Papa expresa: “Quisiera llamar la atención de toda la comunidad eclesial sobre la necesidad pastoral de asegurar la asistencia espiritual a los enfermos, tanto a los que están en su casa como a los que están hospitalizados” (n. 58). Debe hacerse todo lo posible para facilitar la participación de los discapacitados en la Misa, incluyendo el reacondicionamiento de las iglesias. Debe fomentarse la participación de emigrantes y refugiados, especialmente aquellos que pertenecen a iglesias orientales (n. 60).
La palabra participación toma un significado aun más amplio cuando la Misa es transmitida por diversos medios de comunicación, que es algo digno de elogio, especialmente para los enfermos, los prisioneros y otros que no pueden asistir a la iglesia. Sin embargo, el Papa observa que las imágenes visuales pueden representar la realidad, pero en verdad no la reproducen (n. 57).
El Papa invita a que las concelebraciones de grandes proporciones estén debidamente preparadas y que no “produzcan dispersión” (n. 61). Asimismo, incita el uso del latín para expresar con mayor claridad “la unidad y universalidad de la Iglesia” (n. 62). †