Buscando la
Cara del Señor
Despojándonos de los pecados particulares por medio de la reconciliación
Qué importancia tiene la ropa para un cuerpo humano a punto de ser crucificado? Jesús es despojado de su atuendo para permitir a los soldados trabajar sin obstrucciones.”
De esta manera Hans-Urs von Balthasar comienza su reflexión sobre la 10th estación del Vía Crucis (El Vía Crucis, St. Paul Publications, 1990, p. 44).
Von Balthasar reflexiona que, desde los tiempos en el Jardín del Edén, como humanidad que cayó en la desgracia, hemos estado cubriéndonos con todo tipo de ropa: desde hojas de parra y pieles de animales, hasta las últimas modas de hoy en día.
Reflexiona: “En el Calvario todo es naufragio: el nuevo Adán se presenta delante del Padre tal y como es, habiendo asumido libremente los pecados y la vergüenza del viejo Adán… En la cruz el hombre se manifiesta a plenitud y Dios le devuelve su dignidad perdida—el más preciado obsequio para la humanidad” (Ibid.).
Existe una ironía divina en todo esto. En este estado totalmente degradante en la cruz, Jesús nos rescata del pecado y nos devuelve la dignidad original de nuestra humanidad; una vez más podemos recobrar la imagen de Dios en nosotros, el obsequio original en el apogeo de la creación. Una vez más, Dios es un Dios con nosotros, y no un Dios distante y ensimismado.
Von Balthasar reflexiona: “En cada una de las celebraciones Eucarísticas a lo largo de los siglos él le entrega a la humanidad su cuerpo simple. ‘El cuerpo de Cristo’, dice el sacerdote cuando imparte la Comunión—‘que quita los pecados del mundo’: el cuerpo que lleva sus pecados y las heridas inflingidas en él” (Ibid.).
Pareciera como si el despojársele de la ropa fuera un símbolo preliminar de Jesús despojado de todos los pecados de la humanidad por todos los tiempos, para poder recuperar nuestra dignidad humana.
Irónicamente el Adán original había renunciado a esa dignidad humana en su deseo de volverse como Dios; y al hacerlo ensució la propia imagen de Dios que nos confería la dignidad humana.
La reflexión sobre la décima estación del Vía Crucis puede llevarnos a meditar del embarazoso despojo de Jesús a una conciencia aun más profunda sobre el maravilloso amor de Dios.
“El Padre ve cómo el viejo Adán—que todos representamos—se regenera en Jesús, el nuevo Adán. Del mismo modo, María, la madre afligida, viendo a su Hijo despojado de su ropa recuerda cuando lo llevaba en su vientre y lo dio a luz. Su experiencia en este momento puede estar vinculada a un segundo nacimiento; no obstante, se trata de un nacimiento más provechoso que el primero. María, junto con el Padre, le entrega a la humanidad el cuerpo de Cristo quien, bajo el sufrimiento más atroz se entrega libremente a todos” (Ibid. p. 44-45).
Recuerdo un predicado del Papa Benedicto XVI en su libro Dios está cerca de nosotros. Él habla sobre el significado de declarar nuestra fe en Dios como un Dios vivo: “Pero, ¿qué significa cuando llamamos a este Dios un Dios vivo? Significa que este Dios no es una conclusión a la que hemos llegado por medio del pensamiento” (Ignatius Press, 2003, p.11).
Nuestra creencia en un Dios vivo es nuestra respuesta personal de profundo amor por habérsenos liberado de nuestro destino a estar separados de aquél cuyo amor es insuperable.
El Santo Padre reflexiona sobre el obsequio misericordioso de la encarnación de su hijo. Escribió acerca del nuevo nacimiento que la humanidad necesitaba, un renacimiento a partir del agua y del espíritu por medio del bautismo.
Dijo: “Hacerse cristiano significa formar parte y compartir este nuevo comienzo. Hacerse cristiano es más que estar expuesto a nuevas ideas, a una nueva moral, a una nueva comunidad. La transformación que ocurre tiene todas las características drásticas de un nacimiento real, de una nueva creación” (Ibid. p. 23).
Por ello hablamos de nuestro renacimiento en el bautismo. El domingo de Pascua reafirmamos nuestra creencia en un Dios vivo que nos devolvió la vida por medio de la muerte degradante de su hijo en la cruz. Jesús resistió el despojo y la tortura de la cruz para que pudiéramos recuperar nuestra libertad como hijos e hijas de Dios.
El Cristo Redentor nos devuelve la libertad, pero honestamente se pierde por lo general debido a nuestros pecados particulares. La buena noticia es que la misericordia de Dios recibida de parte de Jesús luego de su muerte y resurrección conquista incluso nuestros pecados personales.
Un acto de gratitud de nuestra parte que bien valdría la pena sería despojarnos del peso de los pecados particulares que arrastremos. Así podremos experimentar la misericordia divina de Dios conquistada por Jesús.
El sacramento de la penitencia y la reconciliación se encuentra muy cerca de nosotros en las iglesias parroquiales. †